«Que la comida sea tu alimento y tu alimento tu medicina»
HIPÓCRATES
Dra. Anna Montilla Santana- Medicina Integrativa & Psiconeuroinmunología- Medicina Antiaging y Prevención Neurocognitiva- Especialista en Trastornos Alimentarios
Hipócrates, médico griego y «padre de la medicina» resaltó de forma contundente en esta frase algo que hoy seguimos comprobando con los grandes avances de la medicina moderna: la importancia que existe entre alimentación y salud.
Desde la antigüedad la comida nos ha servido para curar enfermedades, pero también para producirlas, los tiempos actuales son un fiel reflejo de ello, lo podemos constatar a través de la relación existente entre nuestra forma de alimentarnos y el deterioro de nuestra salud física, mental y emocional.
Es imprescindible aclarar que el mantenimiento o pérdida de la salud no es mono causal. Intervienen diversos factores, pero cada vez van apareciendo múltiples nexos y vínculos de interrelación de nuestro intestino con nuestro cerebro desde el período gestacional.
El ENS o Enteric Nervous System es lo que conocemos como “segundo Cerebro”, se encuentra a lo largo de todo el tracto gastrointestinal, y está compuesto por más de 600 millones de neuronas enteroendocrinas. Su transformación fundamental ocurre en los primeros 1.000 días de vida y luego se irá adaptando a lo largo de la vida según la Epigenética y la influencia de nuestros hábitos de vida y nuestro entorno de salud.
La comunicación que existe entre el cerebro y el sistema digestivo es bidireccional. Numerosos estudios han confirmado que alteraciones cerebrales pueden llegar a afectar al funcionamiento intestinal y ciertas alteraciones gastrointestinales pueden inducir cambios en la conducta, el estado de ánimo o alteraciones a nivel neuroquímico.
Dado que existe esta bidireccionalidad de comunicación entre el Cerebro y el Sistema digestivo podemos comprobar que, mediante la microbiota se puede regular el sistema inmune y el sistema nervioso, modificando el funcionamiento de los mismos, así como también puede actuar como una vía facilitadora en la mejoría de algunos trastornos psiquiátricos y del sistema nervioso central. A sensu contrario podríamos inferir que los desequilibrios que se producen en la microbiota pueden alterar ciertos trastornos psiquiátricos que puedan existir de base, así como también puede empeorar o desequilibrar el sistema nervioso por la vía de la hiperactivación del SNS (sistema nervioso simpático). Estos desequilibrios se amplifican en situaciones donde existe una secreción mantenida de cortisol por estrés crónico empeorando el escenario complejo en el que nos encontramos.
¿Cómo y por qué se comunican dos sistemas que se encuentran alejados en el organismo? se ha comprobado que esta interacción sucede por diferentes vías que actúan como carreteras de transmisión de la información:
—La vía neural a través del nervio Vago,
—La vía endocrina por el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal,
—La vía inmunitaria mediante las citoquinas (sustancias señalizadoras que utiliza nuestro sistema inmunitario) y
—La vía metabólica mediante los metabolitos microbianos y las hormonas propias del tracto digestivo.
En este punto es importante tener encuentra que en un intestino disbiótico y permeable se generan sustancias tóxicas que llegarán por la circulación a nuestro cerebro tras atravesar la BHE (barrera hematoencefálica), propiedad que poseen la mayoría de estas sustancias toxificantes.
Estas conexiones entre los dos sistemas pueden determinar situaciones tales como cambios en la microbiota del colon tras situaciones adversas de estrés, desregular la motilidad intestinal, alterar la secreción enteroendocrina de neurotransmisores como la serotonina y otras catecolaminas, pueden llegar a modificar las sensaciones de hambre y saciedad, y por supuesto pueden intervenir en la regulación de nuestro sistema inmunitario pudiendo llegar a causar neuroinflamación.
Encontrarnos en este marco pro inflamatorio puede llegar a condicionar nuestra salud mental y neurológica. Un ejemplo habitual que comparto con mis pacientes es la pregunta de ¿Quién no ha sufrido dolores abdominales antes de un examen, tras una mala noticia o en una situación estresante? En nuestra cultura es habitual escuchar frases tales como “tengo los nervios en el estómago”, que lo que implica realmente es que nuestro cerebro puede llegar a condicionar el funcionamiento de nuestro sistema digestivo.
Cuando se produce una disbiosis o desequilibrio de nuestras bacterias en el intestino pueden verse alteradas las concentraciones de serotonina, neurotransmisor relacionado con las emociones y el estado de ánimo, y esto podría justificar en parte el agravamiento de diferentes enfermedades mentales como pueden ser trastornos del ánimo, del comportamiento, ansiedad, autismo, esquizofrenia o trastornos alimentarios de perfil purgativo o de sobreingestas como la Bulimia nerviosa o los Trastornos por Atracón. Este neurotransmisor, a nivel periférico ejercita diversas funciones interesantes tales como: alterar la respuesta a la inflamación en los trastornos gastrointestinales funcionales, activan reflejos del peristaltismo y sensaciones digestivas de dolor abdominal, malestar, náuseas y sensaciones de saciedad, pudiendo influir en los estados inflamatorios crónicos o la conocida “Low Grade Inflamation” o inflamación de bajo grado.
Dada esta comunicación constante y conexión intestino-cerebro nos encontramos con que una mala condición intestinal y una disbiosis o alteración en el equilibrio de nuestra microbiota podría inducir patologías más serias como las derivadas de la neuroinflamación, enfermedades neurológicas degenerativas, trastornos del ánimo y ciertas enfermedades psiquiátricas como la Depresión. En los pacientes que sufren estas enfermedades hay un denominador común: el mal estado digestivo, la permeabilidad y disbiosis intestinal no siendo esta la única causa de la etiopatogenia de las enfermedades mentales.
En los últimos años hemos mejorado el conocimiento sobre la comunicación entre las bacterias intestinales (microbiota) y el cerebro en términos de su influencia en los trastornos psiquiátricos. Aunque aún queda recorrido para ampliar este conocimiento.
Los estudios evidencian que situaciones inducidas por la permeabilidad intestinal como es el estrés oxidativo, las disfunciones mitocondriales, fatiga crónica y agotamiento energético contribuyen a un aumento no solo de la permeabilidad de la barrera digestiva sino también de la barrera hematoencefálica produciendo un aumento de la entrada en el cerebro de sustancias inflamatorias que perjudican directamente nuestra salud psíquica y neurológica. Nos encontramos con pacientes con enfermedades mentales de años de evolución también están afectados de ciertas enfermedades crónicas e inflamatorias que han producido la entrada de citoquinas inflamatorias circulantes por la barrera hematoencefálica, aumentando la translocación de tóxicos que producen un aumento de la activación de la microglía cerebral generándose así el caldo de cultivo perfecto para dar lugar al primer estadio de muchas enfermedades mentales: la Neuroinflamación.
Dada esta comunicación bidireccional nos podríamos preguntar entonces ¿Cuál sería el planteamiento de las posibles vías de prevención y tratamiento de las alteraciones de salud mental? ¿Cuáles serían los cambios apropiados para prevenir o mejorar los tratamientos conociendo esta comunicación directa entre nuestro intestino-cerebro?
Pues una de las medidas complementarias, básicas y accesible a toda la población, y con sobrada evidencia científica, serían los cambios en la alimentación y el estilo de vida. Favorecer cambios en el entorno donde vivimos y nos desarrollamos serían dos de los principales factores a tener en cuenta para cuidar nuestra microbiota y, por consiguiente, son herramientas que nos pueden ayudar a mejorar nuestra salud mental, nuestro sistema nervioso, nuestro sistema metabólico e inmunitario y a disminuir la inflamación.
Una dieta equilibrada y nutritiva, que evite los azúcares, alimentos ultraporcesados que modifican nuestro circuito de recompensa cerebral o tomar acción para evitar la acumulación de residuos tóxicos que este tipo de alimentación genera es otro de los pasos fundamentales y más importantes que una persona puede hacer para mantener su intestino sano y para una adecuada salud mental.
Aportar, en los casos en los que sea necesario nutrientes básicos para favorecer la salud Cerebral como pueden ser los Omega 3, Vitaminas del grupo B, Vitamina C, Vitamina D, minerales y oligoelementos como el zinc, selenio o magnesio. Todos ellos fundamentales para disminuir el grado inflamatorio sistémico, así como para favorecer del aumento del BDNF (Brain Derived Neurotrofic Factor o factor neurotrófico derivado del cerebro), sustancia fundamental para la supervivencia neuronal y la transmisión de señales nerviosas.
Los Tratamientos Probióticos y Prebióticos centrados en alimentar las “bacterias buenas” del microbioma intestinal podrían ayudar a mejorar la sintomatología de estos pacientes y favorecer una mejor respuesta a las intervenciones médicas, farmacológicas y nutricionales.
El acompañamiento por profesionales de la salud mental como Psicólogos, Terapeutas, Médicos y Psiquiatras actualizados y formados en una visión global e Integrativa de la salud ayudará a un mejor pronóstico de las enfermedades crónicas más prevalentes en nuestra sociedad actual sin perder de vista que «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» como establece la OMS (Organización Mundial de la Salud).
Concienciarnos en implementar estos pequeños pasos será la vía fundamental de prevención y mejora del estado pro inflamatorio en el que vivimos y del cuidado de nuestra salud celular y cerebral para contribuir no solo a extender los años de vida sino la calidad de dichos años con una mayor salud tanto física como psíquica y emocional.
Dra. Anna Montilla Santana
Medicina Integrativa & Psiconeuroinmunología
Medicina Antiaging y Prevención Neurocognitiva
Especialista en Trastornos Alimentarios
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